La Santantonà
Este texto es parte del libro La Santantonada de Forcall (Segura, 2011).
"La noche es oscura y fría, pero hoy en el pueblo se respira vida, hay más casas abiertas de lo que es habitual, y las que no estaban cerradas tienen más inquilinos que un día cualquiera. Hoy, en el ágora forcallana hay centenares de testigos, ayer décenas y anteayer unidades.
Las Tronques son un referente, allí reencontramos los amigos, los familiares, los vecinos que hace tiempos que no vemos y allí nos guarecemos del frío. Todos somos los espectadores de esta escenificación. Unos cuántos aprovechan los últimos momentos para hacer el ritual de la Barraca. Los novatos admiran la construcción mientras que ojos expertos la examinan y comentan impresiones, si es más grande o más pequeña, si está bien acabada, si ha quedado más desordenada o más aseada. También vuelan las noticias o las anécdotas que han sucedido en el montaje de la Barraca: si el Maio no subía o ha quedado torcido, o si se les ha hecho tarde, o si eran mucha gente o poca para vestir la Barraca. La representación va llegando a la hora del inicio, está a punto de empezar.
Niños y niñas revolotean por el escenario disfrazados con la indumentaria demoníaca. El conjunto de diminutas Botargues (demonios) va amenazando a los espectadores, avanzando la acción de los personajes mayores, atrayendo la atención de los espectadores, como si los despistaron. De repente, tambores y dulzainas callan el murmullo, el cortejo diabólico irrumpe en la escena. Empieza el desfile, empieza la representación, empieza la Santantonada.
La Santantonada es un desfile que escenifica la vida de san Antonio Abat.
De lejos, en medio del público podemos distinguir el cortejo. Lo que primero vemos son los dos Cremallers; además de personajes, son unos útiles de unos dos metros de altura rematados por un recipiente metálico donde se depositan las teas encendidas. Avanzan conscientes que son depositarios del elemento protagonista de la fiesta: el fuego. Desfilan con paso decidido y ceremonial contrastado con el movimiento frenético del resto de los personajes. Asistiendo los primeros, desfilan los Teeros, actores secundarios que circulan arriba y abajo con un malogrado sarió lleno de teas, con las cuales alimentan el fuego móvil.
Si lo primero que vemos son los Cremallers, lo primero que oímos son los cascabeles y las campanillas que cuelgan del cinturón del Despullat. Este es el cabecilla, el autor material y intelectual de todos los entuertos. Siempre desfila escoltado por unos cuántos demonios fieles a sus trabajos y mandatos. Ahora persigue a los espectadores, después se le ocurrirá violar la tranquilidad de un domicilio, ensartándose por las fachadas y penetrando de manera más o menos permitida en la intimidad de alguna familia que todavía permanecía en su casa. En la mano lleva una cuerda de la cual estira y arrastra los condenados, san Antonio y san Pablo.
Después de asediar a la multitud, de perseguirla, los actores se retiran por uno de los callejones que confluyen en la plaza. Abandonan el escenario. Acaba el primer acto, la comitiva también abandona el escenario, la plaza recobra la tranquilidad. Pero la representación se muestra en otro marco, las calles del pueblo. La procesión continúa por la calle de la Vilanova, enlaza por el Solanà con la calle de san Vicente y emprende el camino de regreso al ágora. Un grupo de personajes rezagados se dirige decididamente hacia nosotros, no tienen ninguna buena intención, somos intimidados y asediados insistentemente, hasta que por fin abandonan la maléfica tarea para volver a la disciplina. Son Botargues. En un número indeterminado asedian, transgreden morales y domicilios, producen excesos y lascívia, provocan y dan risa con movimientos y piruetas atrevidas y grotescas o bailan la coreografía al sonido de la dulzaina con los brazos levantados cogiendo con las dos manos los extremos del Pellot. El Pellot es el instrumento que asen las Botargues. Elaborado a partir de un saco de papel enrollado a manera de palo y asegurado por cordeles, golpean los espectadores, a tierra y les vale para desarrollar sus acciones.
Empieza el segundo acto, los personajes vuelven a la escena. La platea está atestada, los balcones que cuelgan de las fachadas de la plaza hacen la función de palcos. La escenografía está a punto. El paso por la plaza será breve, pero tan intenso como el primero. Esta vuelta hemos podido ver todos los personajes. Nos ha llamado la atención la Filoseta. Es el tercero de los demonios. El único personaje femenino que interviene en la Santantonada, pero lo representa un hombre disfrazado de mujer. La Filoseta simboliza las tentaciones carnales que sufrió el santo eremita, figuración que exagera de manera grotesca en sus movimientos. Su indumentaria se compone de un vestido que resalta los atributos sexuales femeninos (pechos grandes y caderas anchas). Nos encontramos con la posible representación de las Parcas o Moiras, aquellas deidades mitológicas de origen griego que controlaban el metafórico hilo de la vida de los mortales y de los inmortales desde su nacimiento hasta la muerte.
Ahora podemos contemplar nuevos personajes que no habíamos podido distinguir con claridad. Son los antagonistes a tanta maldad. Son san Antonio y san Pablo. Del primero ya conocemos la vida, del segundo sabemos menos. San Pablo, el eterno acompañante de san Antonio en la fiesta forcallana, fue un campesino de avanzada edad que decidió, ante circunstancias adversas de la vida, hacerse monje. Para conseguir su misión, fue a ver san Antonio y este lo rechazó como discípulo en varias ocasiones. Finalmente, san Pablo logró su intención, convertirse en eremita no muy lejos de donde se había establecido su maestro. A san Pablo se le otorga la habilidad de curar y expulsar demonios.
Volvemos a la trama sanantoniana. Nuestros antagonistas, san Antonio y san Pablo, son capturados, esposados, vejados, golpeados, tentados, arrastrados y conducidos hasta la profundidad del fuego y las tinieblas por la maléfica turba.
Los dolores y sufrimientos sufridos por los condenados despiertan en los espectadores sentimientos de empatía, tan propios de los humanos. Pero no nos podemos fiar, la maldad que se respira ha golpeado nuestros benefactores, ha hecho agujero en la solidez moral de los eremitas y en muchas ocasiones las actitudes y acciones de los santos son propias de los mismos esbirros de Satanás. Los espectadores quedan turbados, malogradas sus creencias, no entienden como unos padres del cristianismo sucumben al poder del Infierno.
Acaba el segundo acto, los personajes van abandonando el ágora. A la vez, el ritmo vivo de gaitas y tambores va perdiendo sonoridad y deja a un murmullo que ya no es aquel del principio de la obra, es más intenso, más nervioso, más expectante, denota como la tensión dramática va in crescendo.
El entreacto consiste en un desfile que sigue el viejo itinerario estipulado, convirtiendo o haciendo partícipe todo el pueblo del que sucede al escenario principal: calles Arrabal, san Ramón y San Roque hasta circundar la iglesia, después calle del Carmen y el de la Pelota, para acceder a la escena desde el párodo que ofrece el estrecho Regall (calle de los Dolores), entre la casa solariega de los Osset y el Graneret.
Dentro de la guerra se declaran pequeñas treguas, paradas obligatorias a casa Mayorales. Allí se ofrece a los actores un descanso con bebidas y pastas típicas. A los Mayorales se unen algunas almas misericordiosas que abren puertas para ofrecer descanso y alimento a los personajes. Son pequeñas interrupciones dentro de la guerra, la lucha se detiene, se cogen fuerzas para la batalla final. ¿Quién ganará?
Hemos descifrado los personajes, el escenario, la escenografía y el hilo argumental. Los fieles congregados conocemos todos los aspectos de la representación, pero estamos expectantes, nerviosos como el primer día, a pesar de que la tradición prescribe un final. Presenciaremos el espectáculo con renovada emoción. La luz del Cremaller se refleja por la fachada principal del palacio Osset, estamos a punto de empezar el tercer acto y el clímax se aproxima. La música ya se oye cada vez más cerca. La gente ha agotado los últimos instantes para hacer el ritual del Maio y se va amontonando en las aceras, dibujando un espacio circular entre la primera fila y la Barraca, donde tiene que tener lugar la escena final. Abriéndose entre los espectadores aparece el Despullat. Sus cascabeles suenan intensamente, estira la cuerda con fuerza, hace piruetas, asedia los espectadores. Siguiéndolo, las Botargues y, poco más tarde, la Filoseta. La cuerda se tensa y aparecen unos malogrados reos, muy castigados por los trabajos de sus verdugos. Mientras tanto, los actores van interpretando su papel: tientan, asedian, transgreden morales y domicilios, producen excesos y lascívia, provocan y dan risa con movimientos y piruetas atrevidas y estrafalarias, o bailan la coreografía al sonido de la dulzaina.
Los Cremallers toman posiciones. Se colocan cerca de la Barraca, en el diámetro perpendicular al de las aperturas de la efímera arquitectura. Estamos a punto de presenciar el momento culminante de la obra. Los espectadores acechan, se sienten aterrados por el que los pueden hacer los demonios y nerviosos para ver qué sucederá. Los Ccremallers levantan las antorchas, ahora desbordantes por ser depositarias de grandes cantidades de teas encendidas. Las llamas se mueven violentas, inestables, como si quisieran llegar por sí mismas la montaña de ramas secas. Es el momento, el Despullat ha penetrado la cueva, se adentra en las profundidades de la Tierra, ha entrado al Infierno seguido de una multitud de Botargues. Desde allí toman con fuerza la cuerda, con un tira y afloja con san Antonio y san Pablo. Estos se resisten no con poco esfuerzo. El fuego va tomando la Barraca, las llamas dan impulso a los demonios y el Santo está cada vez más cerca de la puerta del abismo. Más fuego, más llamas, más poder para los malditos. San Antonio no puede más y cae tumbando con su desfallecimiento el compañero de tortura. El último esfuerzo de la tropa infernal, y los Benditos, a pesar de la voluntad del público, son vencidos.
El Mal ha triunfado, ha vencido, ha derrotado el Bien. Las llamas del infierno devoran hasta el más asceta, el más virtuoso de los creyentes, quien con sus oraciones y acciones se aproxima más a Dios y por equivalencia al mismo creador. No hay esperanza, la eterna lucha se ha decantado, se ha decidido en un remoto lugar, un pequeño pueblo enclavado en un valle abrupto. Las llamas queman con intensidad la Barraca, qué desolación, la muerte del Santo es sentida tan profundamente por los espectadores —se sienten tan indefensos ante el advenimiento del mal, de la oscuridad, del frío eterno— que incluso la dulzaina entona una melodía profunda y solemne.
El equilibrio del Universo se ha roto, la desaparición del Bien hace inútil la existencia del Mal. Botargues, Despullat, Filoseta y otros personajes infernales caen al suelo fulminados, se retuercen de dolor, la victoria se convierte en derrota propia, son a la vez reos y verdugos de sus propios entuertos. El caos, la nada son impensables, no pueden acontecer. En el mismo instante en qué todo parece perdido, resurgen de entre las llamas las figuras malogradas de nuestros benefactores. San Antonio y san Pablo han escapado del infierno, no han sucumbido a la acción de la infernal tropa. La estancia en la satánica caverna ha sido breve, los ha valido para experimentar expiación y catarsis de los propios pecados a través del fuego. Han revocado toda sombra que el Mal hubiera podido dejar en sus inmaculadas almas y han renovado los votos de humildad y virtud propios de la ascética santidad. La orquesta celebra el éxtasis, recuperando el ritmo vivo y alegre con que animaba la representación. Todos los personajes juntos: santos y demonios, celebran exultantes la renovación del contrato; el conflicto y la lucha entre el Bien y el Mal se ha prorrogado por un año.
Ahora bailan todos juntos una anárquica coreografía alrededor de la Barraca, de la cueva ardiente, tomando el fuego de la pira y haciéndolo llegar a través de bengalas a los asistentes, como si quisieron hacer partícipes a todos los convocados de la catarsis que ha tenido lugar. Los concurrentes más atrevidos, o aquellos que necesitan una purificación más profunda, se arman de valor y penetran la infernal arquitectura. Dentro de la Tierra, los esperan parte de la legión infernal para darles la bienvenida. Cuando el fuego expiatorio ha cumplido su misión, los purgados son expulsados del infierno por la apertura contraria. Se desarrolla esta cíclica tarea mientras el calor del fuego no se haga insoportable y la seguridad manda cerrar las puertas. Los que no han podido cumplir su voto tendrán un año de espera, mientras que el resto de espectadores se conforman con el bautizo de cenizas que la Barraca encendida expulsa hacia la cerrada noche y que después precipitan en cabezas y vestiduras que protegen del frío.
Todo gracias al fuego expiatorio que ha hecho su función, purgando los malos pensamientos y las malévolas acciones. El fuego es en la fiesta sanantoniana protagonista y benefactor, pero a la vez antagonista y destructor. El fuego ha intentado arrasar la Barraca. La naturaleza muerta, segada el día de San Esteban y que los tramoyistas han dotado nuevamente de vida en un esfuerzo mágico y titánico, ahora quema y se consume bajo la mirada atenta de los espectadores. Quedará la estructura, la esencia de la Barraca. Los incendios dejan destrucción y desolación, pero la naturaleza se regenera, renace, rebrota en cada ciclo primaveral. Las cenizas de los incendios sirven para adobar la castigada tierra.
La gran pira quema sublime, vigorosamente expulsa al cielo nocturno chispas encendidas que se elevan y se pierden de vista empujadas por otros que con renovada vitalidad emanan del crematorio de pecados y culpas. La hoguera forcallana sólo quiere contribuir a la tarea común que pretenden tantas otras llamas que se encenderán por todas partes en fechas aproximadas, dentro del marco de las fiestas solsticiales. La ambiciosa tarea consiste a dar fuerza al debilitado Sol para que vuelva a calentar, porque se muestre en plenitud, porque gane terreno a las noches largas y oscuras del invierno, porque con su luz y calor impulse y despierte la naturaleza dormida, de la vida, de los frutos, de los alimentos. Porque vuelvo a ser el Sol invicto. La obra ha concluido, ha asombrado a los neonatos en la fiesta y ha convencido los viejos practicantes. Mientras, los que se confiesan agnósticos o ateos dicen quedar indiferentes —pero no me los creo, no creo que pasando por la barraca no hayan sentido la más minúscula emoción interior, no creo que cualquiera de los personajes en sus acciones no los haya hecho sufrir una mínima angustia en su espíritu, no los creo-.
Mientras hago todos estos pensamientos, la música se ha silenciado, se oye un silencio respetuoso que se irá disolviendo con el paso de los minutos. A la vez que los espectadores van recobrando la serenidad física y espiritual, irrumpe un rumor creciente que evalúa el que se ha vivido en la plaza. Es la antítesis, la lucha entre contrarios, quienes estructura y define la representación sanantoniana: Bien y Mal, santos y demonios, anarquía y orden, pecado y perdón, fuego y vegetación, vida y muerto, triunfo y derrota, calor y frío, oscuridad y luz, silencio y ruido…
La Santantonada se muestra como una construcción que amalgama elementos recogidos de antiguas sociedades y culturas que se desarrollaron por estos lugares. La fiesta forcallana esconde rastros de antiguos ritos de distantes y olvidadas religiones agrarias, de ritos de fertilidad, de ritos totémicos, similitudes con expresiones de las culturas mediterráneas o de ritos de magia homeopática. Todas estas improntas han sido absorbidas por el cristianismo que ha oficializado y distorsionado a lo largo del tiempo todas las manifestaciones paganas contrarias o peligrosas a su doctrina, San Antonio no es el único ejemplo. Tenemos fiestas equinocciales de marzo, como las Fallas que pasan bajo la advocación de San José, o las solsticiales de junio a San Juan.
Todo esta mixtura de elementos permite un abanico amplio de visiones, todas válidas, todas aceptables. Podemos interpretar la Santantonada como pervivencias culturales ancestrales, como restos de un mundo místico, mágico y telúrico. Quizás algunos lo ven como un rito de fertilidad o un rito catártico. Otros como una representación hagiográfica. Pero mi respuesta sería: “no sé como interpretar la Santantonada, se hace porque siempre se ha hecho, porque se hace de esta y no de otro manera, porque siempre ha sido así y el año que viene será igual y diferente a la vez, ni mejor ni peor”.
La riqueza de la fiesta antoniana es fruto del rico sustrato cultural que aflora con sólo que se profundice un poco en su conocimiento y que esconde, en sus elementos más ocultos, señales de una carga simbólica profunda. Símbolos que han perdido su significado original, pero que la sociedad actual tiene que saber interpretar desde las perspectivas de los tiempos que nos toca vivir. Somos portadores de una herencia que no tenemos que dejar perder, no conoceremos con profundidad todos los significados y detalles de la Santantonada, pero lo que sí que sabemos como pueblo, como comunidad, es que tenemos que transmitirla a las generaciones futuras.
La Santantonada es para los forcallanos un símbolo, una parte importantísima de su esencia como pueblo".
Cartel anunciador del Sant Antonio 2014